El teniente Antonio Tejero en el Congreso al frente del golpe fallido del 23-F. Imagen: RTVE.

En 1981, apenas tres años más tarde de que se formara la primera Constitución democrática y ya constituida una monarquía, ahora parlamentaria, después de la muerte del dictador Francisco Franco, la recién estrenada democracia sufrió un intento de golpe de Estado que mantuvo vilo a todo el país. En Valencia se pudieron observar tanques rondando la ciudad, donde el general Jaime Milans del Bosh secundó el asalto fallido.

Los sectores más conservadores no quisieron aceptar el cambio político y, liderados por el teniente Antonio Tejero, el 23 de febrero de 1981 asaltaron el Congreso de los Diputados disparando al techo. Sus intenciones eran que los valores franquistas volvieran a regir el país, y que los diputados allí presentes se arrodillaran ante ellos.

Este no fue un acontecimiento del todo inesperado, ya que existían muchos militares y guardias civiles nostálgicos del régimen franquista, totalmente opuestos o molestos con el nuevo giro que estaba dando España, encaminada hacia valores cada vez más democráticos. El día elegido para intentar frenar el nuevo sistema fue la votación de la investidura que hacía presidente a Leopoldo Calvo Sotelo, quien iba a suceder a Adolfo Suárez, ambos de Unión de Centro Democrático (UCD).

El intento de instauración de un gobierno militar fracasó al no contar con el suficiente respaldo del ejército y, finalmente, con la negativa del rey Juan Carlos a apoyar a los de Tejero, posicionándose al lado de la nueva Constitución que llevaba su nombre. Con ello, hace 41 años se produjo la consolidación de los valores democráticos establecidos en la Transición española.

“La Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la patria, no puede tolerar que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español y determinada en su día a través de referéndum”. Así lo trasladaba el jefe del Estado a una ciudadanía pendiente de cada palabra.

A la una y cuarto de la madrugada el rey emérito, Juan Carlos I, apareció en las televisiones después de una larga jornada, y ante un país confuso: no iba a apoyar el golpe. España respiraba más tranquila, aun con el edificio que representaba a la soberanía popular secuestrado con sus diputados dentro.

Algunos sectores de la población han reflexionado durante este tiempo sobre los posibles pensamientos del Jefe del Estado de ese día, a raíz de su tardanza para condenar el golpe de Tejero. A día de hoy no queda claro por qué Juan Carlos I tardó tanto en reaccionar y comparecer ante los españoles. Pero esto ocurre después de que no se puedan desclasificar los documentos relativos a lo que sucedió aquella tarde-noche antes de su decisión, así como otros secretos de Estado de los que la ciudadanía tampoco puede conocer nada.

Tejero y el general valenciano Milans del Bosh fueron condenados a 30 años de prisión en el macrojuicio celebrado por los actos del 23-F, y ese día quedó marcado en la historia de España. Unos meses más tarde, Felipe González y el PSOE llegaron al poder, lo que muchos expertos e historiadores califican como el fin de la Transición.

El año pasado, cuando se cumplieron 40 años del asalto, NC Report  lanzó una encuesta significativa con un mensaje claro: el 70 % de los jóvenes no sabe quién es Antonio Tejero y el 60,4 % de los participantes (personas de entre 18 y 34 años), no saben lo que pasó el 23 de febrero de 1981. El tópico que alienta a conocer la historia para no repetirla se mostró así en decrecimiento, mientras las fuerzas extremistas siguen al alza en los países europeos, también en España.

El estudio preguntó además sobre el papel del rey emérito en el golpe: el 51% de los encuestados pensó que fue imprescindible para frenarlo, frente al 17,6% que creyó que no tuvo una actuación correcta. Entre los jóvenes, el 60,4% no supo qué contestar.

 

Ismael Castaño. Redactor.

“Nuestras convicciones más arraigadas, más indubitables, son las más sospechosas. Ellas constituyen nuestro límite, nuestros confines, nuestra prisión”. José Ortega y Gasset