Como cada vez que entramos en periodo electoral, una buena parte de la izquierda antisistema española se prepara para taparse la nariz y votar al mal menor, a esos partidos que ni siquiera comparten la raíz misma de sus ideas, que ya los han traicionado una y otra vez porque jamás representaron sus intereses, pero que «por lo menos…».
«Hay que votar», escuchamos una y otra vez. «La política, si no la haces, te la hacen», «no votar es hacerle el juego a la derecha», o aún peor, a la ultraderecha. ¿No querrás ser cómplice de la victoria de la ultraderecha, verdad? Pues venga, a votar. Y vota útil, nada de partidos minoritarios, no tires el voto que es muy importante.
De modo que toca votar socialdemócrata una vez más. Puedes votar socialdemócrata tradicional o socialdemócrata indefinido, también tienes más socialdemócrata, socialdemòcrata o sozialdemokrata. No te quejarás, opciones hay de sobra.
En fin. El otro día discutí sobre qué deben hacer los marxistas cuando se celebran elecciones en un país como España, en el que no existe ningún partido con peso electoral dispuesto a abogar en la práctica por el desmantelamiento del sistema capitalista. En esencia, todas las opciones quedan reducidas a dos: voto útil contra los reaccionarios o voto en blanco / nulo / a partidos sin peso electoral, que agruparé simplemente como «no votar» a partir de este punto.
Entiendo que un marxista (y cualquier otro tipo de antisistema), puede tomar la decisión estratégica de votar al mal menor y no creo que se le pueda reprochar nada por ello. Parece, en principio, la decisión más lógica. Votas socialdemócrata porque, aunque compartas pocas cosas con ellos, sirven de dique de contención contra la derecha y, con la adecuada presión popular, pueden llegar a alcanzar conquistas sociales relevantes (véase la ley Trans).
Desde esta perspectiva, el no votar contra los reaccionarios se ve como una rabieta dañina y ridícula, como una demostración infantil de puritanismo individualista y destructivo. Nada más lejos de la realidad, pues votar contra los reaccionarios, en tanto que implica votar a la socialdemocracia, acarrea unas consecuencias.
Votar a la socialdemocracia implica legitimar, no sólo al sistema (como se suele escuchar), sino a la misma socialdemocracia. Y aquí vienen los problemas. Legitimar a los partidos socialdemócratas puede llevarnos a legitimar y perpetuar la idea (impuesta por el dominio del relato de los mismos partidos socialdemócratas) de que la política (de izquierdas) se debe hacer, fundamentalmente, a través de los cauces institucionales.
Votar a la socialdemocracia implica ser cómplice del mantenimiento de la misma en la lucha política institucional y significa apoyarla, a través de legitimidad, en la lucha por definir el marco discursivo de «la izquierda». Es decir, votar a la socialdemocracia implica, hasta cierto punto, ser cómplice de la desmovilización política y organizativa de la izquierda antisistema, inevitablemente torpedeada por el triunfo de las organizaciones reformistas.
Esto se vuelve aún más peligroso cuando hablamos de partidos ideológicamente poco definidos, de izquierda populista (en el sentido más neutro del término), que no se muestran abiertamente reformistas (aunque lo sean) y que coquetean en el plano discursivo con una suerte de anticapitalismo abstracto. Esta indefinición ilusionante fagocita el interés por plantear tanto alternativas no institucionales como alternativas institucionales realmente antisistema (cuyo espacio está parcialmente ocupado por la falta de claridad ideológica de esta clase de socialdemócratas ambiguos).
Es decir, que los antisistema de izquierdas voten a la socialdemocracia lo único que hace es entregarle a esta el monopolio de «la izquierda», legitimarla para hablar por ellos en base a su peso electoral y a la ausencia de rivales ideológicos a su izquierda. Una falta de rivales motivada, a su vez, por la misma existencia de esta socialdemocracia ambigua y dueña del relato.
Que gane la ultraderecha es un peligro, pero votar con la nariz tapada también, porque acabamos por convertirnos en militantes del voto maloliente. Un voto maloliente y poco concreto, un voto de izquierdas contra los reaccionarios ¿qué más quieres?
Así que ya sabes, tápate la nariz si hace falta, pero vótalos. Que «la política, si no la haces, te la hacen»: cada cuatro años a votar al mal menor; porque hacer política era eso, ¿no?