Sergio Fanega en el skatepark de Rivas-Vaciamadrid, Madrid.
Imagen: cedida por Sergio Fanega a Abro Comillas.

  • Tras un intenso programa de desintoxicación, Sergio Fanega ha sido uno de esos chicos que ha podido salir del oscuro mundo de la droga

Año 2015. Sergio Fanega prueba por primera vez el cannabis, su primer porro. Por aquel entonces, el chico madrileño de 13 años no sabía el cambio que se produciría en su vida. Una mayor tendencia a las adicciones que las personas promedio, que por entonces desconocía, y unas relaciones de amistad donde el consumo de esta sustancia era lo habitual formaron unas condiciones muy favorables para la aparición de una drogodependencia. Realmente, su historia podría parecer de película, pero nada más lejos de la realidad. Tan solo es un reflejo de lo difícil que puede ser la vida cuando necesitas de algo en concreto para sobrevivir, a pesar de saber que te está matando.

Antes de iniciarse en el mundo de las drogas, Sergio ya se relacionaba con gente que consumía marihuana habitualmente, pero él veía que no estaban enganchados y que lo hacían cada cierto tiempo. En base a esa experiencia, y empujado por la curiosidad que le despertaba, decidió probar el cannabis. Este fue su primer contacto con las drogas, ni siquiera había probado antes el alcohol o el tabaco.

En un principio, pareció seguir el mismo camino que sus amigos: pasaron unos meses antes de probar de nuevo el cannabis. No obstante, cada vez se hizo más frecuente y era algo normalizado dentro de su grupo de amistades. “Tu cabeza te engaña y te dice que no lo estás buscando, sino que te lo están ofreciendo, pero inconscientemente sabes que ahí vas a tener canutos. Por eso estás tranquilo”, explica Sergio.

La poca madurez y desinformación sobre el tema de las drogas, habituales en un adolescente de su edad, también fueron factores clave. Según la Encuesta sobre uso de drogas en Enseñanzas Secundarias en España (ESTUDES) de 2021, la edad media de consumo de cannabis en España se sitúa en los 14,9 años. Si ya de por sí este dato es preocupante, lo es aún más en el caso de Sergio, quien empezó casi dos años antes. Apenas era un chaval que acababa de entrar al instituto.

La pregunta fundamental que hace falta resolver es qué motivo conduce a una persona a poner en riesgo su salud mediante el consumo de estas sustancias varias veces antes de caer en una dependencia. La respuesta es clara: el efecto deseable que producen en el consumidor. Esa sensación placentera que se busca activamente, por ejemplo, dentro de lo recreativo, permite disociarse y evadirse de la realidad.

El propio Sergio Fanega habla desde su experiencia: “Sentía que estaba en otra versión de la vida. Es como que se te olvidan todos los problemas, solo vives en el momento”.

 

Un pozo sin fondo
Con el paso de los meses, el consumo de cannabis pasó de ser casual a habitual. Ya no lo tomaba por decisión propia cuando quería, sino diariamente, pues estaba enganchado a ella. Además, la cantidad era cada vez mayor al aumentar su tolerancia conforme el cuerpo se acostumbraba a ella.

También empezó a probar otras drogas, como el alcohol, el tabaco, la cocaína, el éxtasis, speed, hachís… Aun así, el cannabis no funcionó como una puerta de entrada al consumo de drogas más potentes para saciar sus mismas necesidades, principalmente, porque cada droga produce un estímulo diferente.

Este bulo tan extendido se conoce como la teoría de la escalada y establece una errónea relación de causalidad entre sustancias. La realidad es que existe una correlación, es decir, que una persona que consuma cocaína también haga lo propio con el cannabis, por ejemplo.

El propio Ibai Otxoa, psicólogo especializado en drogas, desmiente la teoría: “Si una persona tiene cierta inclinación o cierta curiosidad por las drogas, es natural que pruebe la marihuana antes que la cocaína porque abunda mucho más y está mejor vista”. No obstante, el experto añade que eso no significa que el consumo del cannabis le haya llevado a la cocaína.

Ahora bien, la marihuana ya es peligrosa por sí misma y no necesita de otras sustancias para resultar dañina para la salud. Se tiende a infravalorar sus riesgos por su normalización, al igual que pasa con las drogas legales en España, como el alcohol o el tabaco.

Los jóvenes se han acostumbrado a vivir rodeados de este tipo de droga: un 61,1 % confiesa que no le resultaría complicado conseguirla, según la ESTUDES de 2021. “Es más fácil encontrar marihuana que trabajo”, bromea Sergio.

De hecho, tan solo cinco países europeos superan a España en cuanto al número de estudiantes entre los 15 y 16 años que alguna vez han consumido cannabis, según la Encuesta Europea sobre Alcohol y otras Drogas (ESPAD) de 2019.

Prevalencia de consumo de cannabis en los últimos 30 días por jóvenes de 15 y 16 años en Europa (en porcentaje). Imagen: Informe ESPAD 2019.

La diferencia con la segunda droga ilegal más consumida en España en 2021, el éxtasis, es de más de 20 puntos. Sin embargo, este tipo de encuestas son bastante limitadas en cuanto a estudios de drogas más duras, ya que solo se tiene en cuenta a alumnos escolarizados.

En la mayoría de ocasiones, las personas que caen en graves adicciones no son capaces de compaginarlas con su vida cotidiana y abandonan sus responsabilidades estudiantiles. Así fue en el caso de Sergio, quien abandonó el instituto en 4º de la ESO.

Su vida cayó en picado hasta el punto de tener que dormir en la calle durante dos meses con 17 años, uno de los momentos más duros que recuerda. La situación era insostenible en su casa, por lo que sus padres le acabaron echando y pasó a formar parte de las cerca de 40.000 personas que viven en la calle, según estima Cáritas.

“Había algún día que algún colega me dejaba dormir en su casa y ducharme”, aclara Sergio. El resto del tiempo se las tuvo que apañar con varias capas de ropa o durmiendo en el metro o en los buses nocturnos, porque el frío le hacía imposible conciliar el sueño.

La comida la robó la mayoría de veces y cometió otros hurtos para financiar su consumo de droga y saciar el síndrome de abstinencia, que es ese impulso y deseo por volver a tomar.

 

Luz al final del túnel: la rehabilitación
Casi desde el principio, sus padres estaban al tanto del tema y empezaron a buscar soluciones profesionales. En un plazo de tres años, Sergio tuvo una asistente social, entró en el Centro de Atención Integral a Drogodependientes (CAID) de la Comunidad de Madrid, pudo contar con un psicólogo personal, iba de lunes a viernes a un centro de día para menores…

A pesar de todos estos intentos fallidos, el paso esencial lo dio el 26 de octubre de 2019. Una fecha que Sergio recordará siempre como el principio del fin. Fue ese mismo día cuando ingresó en un centro de desintoxicación de Jaén tras la recomendación de sus padres. Él estuvo de acuerdo porque “no aguantaba más”.

El joven madrileño pasó a vivir en dichas instalaciones y se aisló de su entorno social, algo que le ayudó en gran medida y que considera imprescindible en su etapa de desintoxicación. Fue tal el confinamiento que ni le afectó la cuarentena por el COVID-19.

Ibai Otxoa opina que es bueno evitar los estímulos y ambientes que incitan a consumir. No obstante, considera positivo y necesario conservar cierto lazo social con los anteriores grupos sociales: “Cortar con todos los contactos implica que la persona pierda un apoyo social y le lleve a una situación de mayor vulnerabilidad, la cual le incite a consumir”.

El método que utilizaban eran terapias grupales que consistían en “meterse contigo”. También buscaban evitar que los pacientes tapasen las ganas de consumir con otras aficiones, es decir, debías sentir esa necesidad imperante para poder desprenderte de ella.

Tres meses después, le derivaron a un centro en Madrid, cerca de Arturo Soria, algo que Sergio agradeció bastante: “A mí esas terapias me parecieron horribles. Solo me valieron para saber que no puedo consumir drogas en mi vida si no quiero ‘jodérmela’ de nuevo”.

El método que utilizaban en las nuevas instalaciones era muy diferente y trataban de profundizar en los sentimientos de la persona. Tal y como confiesa Sergio, son terapias grupales en las que “acabas llorando” y en las que los pacientes empatizan entre ellos. Aparte, acudía allí a terapias individuales, que se adaptaban al paciente para que ahondase más en sí mismo.

 

La vuelta a la normalidad
Para cualquier ciudadano, la vuelta a la normalidad significó volver a las calles tras meses de confinamiento por el COVID-19 y retomar las relaciones sociales presenciales. Para Sergio Fanega, fue algo similar. Por primera vez en 15 meses, volvía a vivir en su casa con sus progenitores y su hermana menor.

Sin embargo, no todo fue felicidad desde entonces. El miedo a volver a engancharse que ya sentía él lo multiplicaron sus padres y el propio centro de desintoxicación con sus advertencias. “Te meten mucho miedo al principio, que lo entiendo, pero a veces es excesivo y no lo veo bien. Me acuerdo que al principio yo no salía a la calle solo”, rememora Sergio.

El proceso de retomar su vida fue paulatino: no fue hasta dos meses después cuando volvió a juntarse con alguien que fumaba porros, aunque no lo hiciese delante suya.

Ahora, Sergio Fanega es un hombre recuperado, aunque su facilidad para las adicciones nunca se vaya. No ha tomado una gota de alcohol desde que abandonó el centro y lo mismo con las otras drogas, salvo el tabaco, que le ayudó a calmar su ansia junto con las tilas. “Ahora ya estoy limpio y sano”, expresa con orgullo.

En 2020 se sacó el título de la ESO, que dejó en la recta final hace años, y consiguió el título de socorrista que utilizó para trabajar en verano. El dinero que cobró lo utilizó para independizarse de sus padres.

Actualmente, trabaja de camarero y de mozo de almacén para continuar con su vida independiente y estable: “Yo no he dejado las drogas ni me he ido de casa de mis padres para malvivir”.

Todo el dinero lo cobra en negro y sus condiciones laborales en cuanto a flexibilidad y temporalidad rozan la explotación. Aunque no es el único motivo, los empresarios se aprovechan de que es joven y solo posee estudios secundarios, pues es más difícil acceder a trabajos más estables sin una mayor cualificación.

La precariedad salarial agregada es extrema para los jóvenes (31,9 %) y severa para las personas con estudios secundarios (20,5 %), de acuerdo con el informe de Comisiones Obreras y la Universidad de Alicante sobre la precariedad laboral. El Índice de Precariedad Asalariada Multidimensional (IPAM) es el que mide este factor en función de la inestabilidad, salarios bajos y otras carencias del empleo.

Aun así, Sergio no renuncia a sus planes: mudarse a Cáceres una temporada, donde sabe que también va a tener trabajo y a estar cerca de parte de su familia.

[Dos meses más tarde de la entrevista, Sergio completó su mudanza a la ciudad extremeña. No obstante, decidió volver a casa de sus padres tras el consejo de un amigo y tiene pensado retomar los estudios]

 

La lucha contra la desinformación
La información de los jóvenes sobre drogas es una tarea pendiente para la sociedad en general, también en España: tan solo un 22,5 % asegura estar perfectamente informado, cuando casi tres cuartos afirman haber recibido charlas en el ámbito educativo o familiar, según la ESTUDES.

Ya no basta con remarcar su peligrosidad, sino que se debe profundizar mucho más. El psicólogo Ibai Otxoa recalca que es importante señalar que estas sustancias tienen unos efectos deseables, que es lo que lleva a su consumición: “Omitir esta parte contribuye a crear estigma social, puesto que la única conclusión posible sería que la gente que toma drogas es porque es idiota”.

Apenas con 18 años, Sergio empezó a dar charlas tras superar sus adicciones gracias a la recomendación de un exprofesor particular de Matemáticas. Su enfoque es contar su historia para que la gente se sienta identificada y vea que hay salida.

En este sentido, otras personas llevan años utilizando este modelo de aproximación a los jóvenes. Es el caso de Emilio Ortiz, exmiembro del grupo musical Mago de Oz y que también pasó por este proceso de drogadicción. Tras formarse como terapeuta en Proyecto Hombre, recorre las aulas para informar sobre las adicciones desde una perspectiva diferente.

Las nuevas tecnologías son una herramienta fundamental para llegar a los jóvenes. Ibai Otxoa, bajo el pseudónimo de Psicódrogo, utiliza su formación sobre el tema para resolver dudas en redes sociales, como TikTok o YouTube.

“La información es uno de los factores que más puede contribuir a reducir posibles daños o posibles consecuencias derivadas del uso de drogas”, asegura Ibai Otxoa. El joven vasco se centra sobre todo en la minimización de daños en caso de que ya se consuman drogas.

Otro de los objetivos de estas charlas y divulgación en Internet es ofrecer soluciones. España cuenta con multitud de asociaciones y otros tipos de ayudas estatales a las que las personas con bajos recursos económicos pueden acceder.

Un ejemplo es Narcóticos Anónimos, una organización estadounidense que se ha expandido por el resto del mundo y que ofrece apoyo de forma gratuita. A veces, Sergio se pasa por allí: “Te ayuda a recordar por qué estás limpio y por qué no le puedes dar una calada a un porro”.

Hoy en día, los jóvenes están cada vez más expuestos a las adicciones. Ya no solo con respecto a las drogas, sino que han surgido otros problemas relacionados con la ludopatía a través de casas de apuestas y la adicción a las nuevas tecnologías. Por suerte, siempre hay asociaciones dispuestas a resolver el problema y ejemplos como Sergio Fanega, que muestran que hay salida, aunque no sea un camino de rosas.

 

Venancio Sánchez-Cambronero. Redactor.

“El trabajo de los periodistas no consiste en pisar las cucarachas, sino en prender la luz, para que la gente vea cómo las cucarachas corren a esconderse”. Ryszard Kapuściński