Imagen de una persona atrapada tras un cristal.
- El peligro al que se han visto expuestas las víctimas de violencia de género ha sido mayor durante el confinamiento
- Distintos expertos explican las consecuencias en la integridad física, mental y psicológica de las mujeres
Inés de Oya está en constante contacto con mujeres que sufren violencia de género. Lleva 18 años trabajando en un centro especializado de Atención a Víctimas en Andalucía por y para ellas. No es la primera vez que advierte del problema estructural que supone este tipo de violencia a la sociedad, pero hoy se reitera en sus palabras: “Desde el 2003, registramos más muertes por violencia de género que por terrorismo en España. Cuando surgen las normas, es porque se necesita proteger algo. Ojalá no nos tuvieran que proteger porque no existiese esa necesidad. Pero cuando existe el problema, se tienen que tomar medidas”.
Inés de Oya vive día tras día las consecuencias de la violencia de género y por ello es totalmente consciente de que se trata de “una pandemia en la sombra”, término acuñado por ONU Mujeres. Este comité internacional define a su vez la violencia de género como “los actos dañinos dirigidos contra una persona o grupo de personas debido a su género. Se utiliza principalmente para destacar cómo las diferencias estructurales de poder basadas en el género provocan una situación de riesgo a mujeres y niñas frente a diferentes tipos de violencia”.
Cada vez se evidencia más que la violencia de género es un problema social a nivel mundial. ONU Mujeres declara que el 35 % de las mujeres de todo el mundo ha sufrido alguna vez violencia física o sexual por parte de sus parejas o por una persona distinta a su pareja. Estas estadísticas dejan fuera el acoso sexual, del cual han sido víctimas alguna vez el 40,4 % de las mujeres españolas, tal y como se recoge en la Macroencuesta de Violencia Contra la Mujer, realizada en 2019 por el Ministerio de Igualdad.
Las víctimas de violencia machista comenzaron a contabilizarse en España en el año 2003 y, desde entonces, ha habido más de mil asesinatos machistas. No obstante, este fenómeno no se reduce solo al asesinato (que es la expresión más extrema de la misma), sino que también incluye la violencia física, psicológica y sexual. Dentro de este último tipo, también se puede diferenciar entre acoso, violación y agresión sexual, entre otras. Según el Informe Sobre Delitos Contra la Libertad e Indemnidad Sexual en España de 2019 del Ministerio de Interior, la tendencia de agresiones sexuales de los últimos años es creciente.
Asimismo, según las referencias de víctimas de violencia de género del Ministerio de Igualdad de los años 2019 y 2020, el año pasado hubo 10 víctimas menos que el año anterior. Sin embargo, los dos meses previos al confinamiento, los asesinatos machistas se situaban por encima de la media de otros años. En enero fueron 7, cuando la media de homicidios por este tipo de violencia en este mes se sitúa en 5,6. En febrero se registraron 6, cuando lo habitual en esas fechas son 4,7, tal y como refleja el X Informe Anual del Observatorio de Violencia Contra la Mujer.
Confinamiento
En este contexto de aumento constante de la violencia hacia las mujeres en todas sus formas, llegó la pandemia y el confinamiento domiciliario en marzo de 2020. Por un lado, supuso una disminución de la violencia sexual, según las estadísticas ofrecidas por el Ministerio de Interior. Esto se debe a que la mayoría de las víctimas de agresiones sexuales no tenían ninguna relación con su agresor, excepto en el caso de los menores de edad, quienes suelen sufrir más violencia sexual dentro del ámbito familiar.
Por otro lado, la violencia física, psicológica y sexual dentro de la pareja aumentó considerablemente con el confinamiento. A nivel mundial, menos del 40 % de las mujeres que sufren violencia buscan ayuda o denuncian. Si esta situación ya es así en una tesitura habitual, el contexto de la pandemia provocó que el número de denuncias cayera en picado.
Pero que se registraran menos denuncias durante el tiempo de reclusión domiciliaria no implica una reducción de la violencia de género en sí. La principal razón es que las víctimas se encontraban en un ambiente de convivencia con su agresor en el que tenían mayor dificultad para pedir ayuda.
Durante la pandemia se dejaron de lado todos los problemas que no fueran el coronavirus. “El servicio sanitario, aunque normalmente sirve como apoyo importante en la lucha contra la violencia de género, en los primeros meses no lo fue. Los casos de violencia de género no llegaron porque tanto la atención primaria como la hospitalaria se reorientaron exclusivamente al COVID-19”, declara para SINC (Servicio de Innovación y Noticias Científicas) Carmen Vives Cases, catedrática de Medicina Preventiva y Salud Pública en la Universidad de Alicante.
Por esto es por lo que se produjo un aumento del 47 % de las llamadas al 016 en España, ya que era uno de los pocos recursos a los que podían acogerse.
Carmen Vives: “Los casos de violencia de género no llegaron porque tanto la atención primaria como la hospitalaria se reorientaron exclusivamente al COVID-19”
Miguel Llorente-Acosta, médico y exdelegado del Gobierno para la Violencia de Género entre los años 2008 y 2011, confirma en Revista Española de Medicina Legal que el confinamiento es un escenario que hace que aumenten los elementos que normalmente implican un mayor riesgo de violencia de género, como son el consumo de alcohol (aumento de ventas del 84,4 %) y de pornografía (subida del 61,3 %).
Es la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) quien califica el uso nocivo del alcohol como un factor asociado a la violencia de pareja y sexual. A su vez señala otras causas como pueden ser los trastornos de personalidad que pueda tener el autor, o las escenas de violencia previas que se hayan podido presenciar. No obstante, esos son factores más relacionados con las experiencias personales y el propio perfil del agresor y la víctima, que no varían de forma significativa con la pandemia.
El confinamiento domiciliario supuso el refuerzo de tres conductas características y esenciales para el ejercicio de la violencia de género: el componente estructural (el hombre establece un orden impuesto por su criterio), el aislamiento de la víctima y el control directo sobre la mujer.
A esto hay que añadirle las condiciones a las que todos los ciudadanos estaban expuestos en aquel momento: la inestabilidad económica, la incertidumbre, el miedo y la limitación de acceso a recursos sociosanitarios.
Consecuencias directas tras la pandemia
Esta situación tiene múltiples consecuencias sobre la salud de las mujeres, tanto en la sexual como en la física, la reproductiva, la mental e incluso en el bienestar de sus hijos.
Con la desescalada y la progresiva vuelta a la normalidad, muchas víctimas se vieron ancladas a su maltratador en el aspecto económico. Como consecuencia, implicó que perdiesen autonomía sobre sus vidas y se redujesen sus posibilidades de una separación por miedo a no poder subsistir solas.
Además, el agresor percibe el peligro inminente de la pérdida cierto control sobre la mujer al no tenerla recluida ya en el ámbito doméstico. Esto expone a la víctima a una situación de aún mayor riesgo y vulnerabilidad.
Phumzile Mlambo-Ngcuka, directora de ONU Mujeres, destacó en una entrevista para El País que hay que mantener las medidas que tomaron los gobiernos respecto a la violencia de género en el confinamiento. El objetivo es claramente evitar que aumente la violencia, pero tampoco volver a los niveles previos a la pandemia, que ya eran muy elevados.
Ya se ha comprobado que las estadísticas de los asesinatos machistas y las agresiones hacia las mujeres de los tiempos sin COVID-19 tenían una tendencia creciente. Con el confinamiento, la violencia de género se adaptó a esas nuevas situaciones, lo que provocó aún mayores dificultades para denunciar el maltrato.
Ahora, que el país está saliendo a pasos acelerados de la pandemia, no se puede obviar la necesidad de un cambio. Hay que afrontar las consecuencias que ha dejado la pandemia en las víctimas de violencia de género y seguir trabajando para no volver a la tendencia de un crecimiento constante de la violencia machista.