Una persona sintecho leyendo. Imagen: Jonathan K. Ming para Unsplash.

El mismo día de diciembre que el Corte Inglés del centro de Málaga estrenaba su luminoso cartel de fuertes tonalidades rojas, que se proclamaba como ‘La ilusión de la Navidad’, justo debajo de este, una decena de personas sintecho ocupaban los sitios más refugiados del exterior entre cartones. Allí esperaban a la furgoneta de la asociación Corazones Malagueños, que vendría a proporcionarles lo que sería, para la mayoría, los únicos alimentos de ese día.

A las 19.30 de esa misma tarde la preparación de las bolsas de bocadillos había concluido. Seis voluntarios se apresuraban desde las 17 horas para que todo estuviese listo en el momento en que llegaran Paco, un profesor de matemáticas de fuertes convicciones éticas; Mariano, un hombre serio, imponente, pero convencido de su labor; y sus ayudantes, entre las que destaca Salma, una estudiante vocacional de integración social procedente de Marruecos, atónita con la situación malagueña desde que llegó a España. Ellos eran, ese día, los encargados del reparto.

Desde la Avenida Carlos Haya hasta el distrito de Cruz de Humilladero, pasando por el Hospital Civil o el famoso centro Vialia. Dos recorridos, dos duras realidades. Los vehículos también cargaban caldo y café caliente, galletas, yogures y productos de higiene, como mascarillas para que las personas más abandonadas por la sociedad también pudiesen protegerse, dentro de las circunstancias, de una pandemia que los había hecho aún más vulnerables.

— ¡Mira esos cartones de ahí! — señala Paco, quien conduce ya la furgoneta por los alrededores del centro — He pasado por aquí toda mi vida y hasta que no he empezado a hacer esto no me he dado cuenta de la cantidad de gente que vive en la calle. Son personas humanas, no puede ser que la sociedad los invisibilice de esta manera. Lo peor es normalizar esta barbaridad. Y, aunque suene duro, al final te acostumbras a la situación.

El equipo, que realiza cada martes y jueves un viaje a través de los ojos de la calle, lidia con su impotencia, con el cabreo que lleva dentro, poniendo su grano de arena a la causa. Aun así, claman algo más de perspectiva a las instituciones y agrupaciones. Paco necesita este contacto con la realidad y prefiere el reparto a nada, pero no cree, con sinceridad, que sea la mejor forma de arreglar algo en esta “falsa meritocracia”, donde se vende que todo el mundo cuenta con las mismas oportunidades. Para ellos, esta es la gran mentira. Comienza el trayecto.

En la calle piden menos trabas y más soluciones. Para algunas de las personas sintecho el trabajo de las ONG supone una humillación de libro. A uno de los hombres que recuerda Paco no le gusta ni le agrada que le den nada, prefiere conseguirlo por él mismo; sin embargo, siempre conversa con los voluntarios. Un día se dejó comprar unas gotas para los ojos, sin ellas le era imposible conciliar el sueño. Otra persona anónima, en la primera parada, coge el bocadillo con desgana. Lo considera caridad, la que termina de reventar su autoestima. Sigue el reparto, hay que garantizar que la gente coma.

— ¡A la paz de Cristo! Dos caldos, por favor — Frente a un céntrico hotel de la ciudad, un hombre sentía un profundo alivio con la llegada de la furgoneta. 26 días y 26 noches con su pareja bajo un árbol. En la misma parada, una niña de sonrisa tímida mira vergonzosa a su madre, quien preguntaba lo que se repartía hoy. La pequeña, incapaz de reconocer su hambre, negó la comida hasta el final, cuando se arrepintió de su decisión y se acercó al almacén de la parte trasera del vehículo.

Apariencias, estigmas, estereotipos, prejuicios. Palabras que definen a una sociedad. Palabras que, interiorizadas, pueden quitar hasta el hambre, incluso a una de esas personas abandonadas a su suerte. La vergüenza de reconocer una dura situación, sin acordarse de que el hombre no es más que un esclavo de su circunstancia.

Entretanto, un hombre de origen extranjero, algo bebido, cruzaba de acera esquivando vehículos a 60 kilómetros por hora al ver en la siguiente parada la imagen de la asociación: una insignia de dos manos, una roja y otra azul, formando un corazón. Habla marroquí, pero también chapurrea el castellano.

— ¡Mira mis lágrimas, son por él! — De momento, Salma no puede hacer otra cosa que acercarse a escucharlo mientras María, otra de las voluntarias, va hacia él con un vaso de caldo caliente en la mano. Paco lo conoce y sabe que suele dormir en un agujero del tronco de uno de los árboles de los Jardines Picasso.

Hacía dos semanas que habían asesinado a un hombre de 60 años sin hogar en aquellos jardines, una de las paradas estipuladas por la asociación. Mientras podía beber de ese caldo, el hombre se desahogaba: había presenciado estos hechos. Más allá del conflicto argelino-marroquí, dos céntimos de euro habían determinado la muerte de un ser muy querido en la calle.

El asesino quería robarle su dinero y, después de una brutal agresión que lo dejaría con un traumatismo craneoencefálico, se produjo su muerte. Una muerte que movió masas y por la que se convocaron manifestaciones en la ciudad. El relato del hombre que dormía justo al lado de la víctima, puesto ya en conocimiento de la investigación policial, dejaba aturdidos a los voluntarios.

Siguiente parada. La última. Iglesia Cruz de Humilladero. Mariano, ya finalizando el recorrido número dos, esperaba a la llegada de la furgoneta de Paco y Salma. Ellos proporcionarían al grupo de gente que se regocijaba bajo la capilla la manta y las galletas que le había prometido. Esta vez, gente nueva había conocido la asociación. — ¿Qué dónde paro? — Un hombre de voz ronca y visiblemente cansado respondía a Paco para poder llegar a él en más ocasiones — ¡En todos lados y en ninguno!

El fin del reparto. Sensaciones encontradas. Acabar una acción social con un sentimiento de pena y cabreo por la situación que a muchos reconcome. Otros, como Paco, son más fríos, pero ven la vida de otra manera desde que empezaron esto. María agradecía su segundo día. No por nada en especial, sino porque su primera experiencia, la del martes anterior, le trastocó el sueño de esa noche. La realidad de un buscavidas de 15 años le había hecho chocarse de frente contra un muro que no había visto nunca.

— En las primeras paradas nos llegó un joven marroquí pidiendo ayuda para irse al centro de menores de Torremolinos. Había llegado hace poco, saltando la valla de Melilla. Solo y sin familia. Se había colado en un barco para llegar a Málaga. No dejaba de suplicar que no lo dejáramos dormir en la calle. Se pudo solucionar, pero el sentimiento de después de terminar aquello … fue impactante — En este sentido, todos los colaboradores de la asociación coinciden: sus percepciones han cambiado.

 

Corazones Malagueños, labor incansable
Las variables circunstancias de la vida indican que nadie es dueño de su destino. Los golpes de mala suerte no sólo los tienen los más humildes. Nada más nacer, las colas a las puertas de la asociación eran tremendas: una creación que coincidió con los efectos de la crisis económica del 2008, cuando la demanda había crecido en grandes niveles. También llegó la crisis de la COVID, y a esa puerta acudieron familias que en la vida hubieran imaginado esa situación.

Elena Jiménez es la presidenta de Corazones Malagueños, una mujer con 20 años de experiencia en este tipo de asociaciones. En 2013, junto con otros voluntarios que apoyaron su idea, decidieron crear la suya propia. Se dieron cuenta de que, con pocos recursos, pero con una actitud transparente y honrada, se podía ayudar más de lo que pensaban.

En ese momento, la cuenta bancaria de la agrupación no era un buen colchón para ellos. Con los 200 euros restantes una vez montada, sus labores eran muy complicadas. Pero un día, en uno de esos que algunas personas de la ciudad andaluza acuden a rendir culto, en la cofradía Lágrimas y Favores, Elena se encontró con Francisco Javier, un malagueño de una familia un tanto sonada. Él pudo observar la suma económica de la recién creada Corazones Malagueños. Al siguiente día, su hermano, Antonio Banderas, había hecho sumar 6.000 euros a la misma.

— Fue la mayor sorpresa que pudimos recibir, de no poder afrontar pagos a esto — Con una mejilla que se sonroja y una creciente sonrisa, Elena, emocionada, recuerda el momento que tanto oxígeno dio a su apuesta. Una apuesta que ya iba cogiendo forma.

Ahora mantienen estable una cuota de socios, subvenciones públicas del Ayuntamiento y otros ingresos, como los de los trabajadores de Mayoral, también la ayuda de otras asociaciones como Norte y Sur. Todos estos movimientos son públicos, porque dicen defender siempre su compromiso con la transparencia. Pero si hay que preguntar por el valor fundamental que los define, la respuesta es clara: solidaridad, que no caridad.

— Nunca hablamos de caridad. Esta se desempeña desde un plano superior hacia un plano inferior, y la solidaridad, de igual a igual. Hoy estamos preparando una bolsa de comida, pero la vida da muchas vueltas, quizá nos veamos en el otro lado. Intentamos fomentar la solidaridad entre personas y los seres humanos, algo que la sociedad no termina de ver.

Elena defiende que las personas están atadas a sus circunstancias y hay veces que, en ese contexto y con esas condiciones, mucha gente hubiese terminado así. La asociación nace también con el objetivo de calar esta premisa en la sociedad. Para que nadie se olvide de que cuando cierran los comercios, cuando las calles quedan vacías, estas personas siguen ahí, en las aceras. Para que la gente, aunque sea duro, no deje de ponerse en esas pieles.

Pero en la receta de preparación no solo había valores, también había personas. Personas que, sin hacer ruido, llegan cada martes y cada jueves (los días de apertura) al pequeño local de Corazones Malagueños, dispuestos a darse a los demás.

— Ya no estamos a diario por las medidas de seguridad de la pandemia. Antes se formaban colas de cerca de 400 personas. Hasta ese entonces se trabajaba de forma agotadora todos los días del año: Navidad, festivos, fines de semana. Tenemos unos 60 voluntarios incansables. Sus labores son admirables.

 

La difícil tarea de salir de la calle
Si alguien se queda en la calle y no sale en un muy corto periodo de tiempo, ahí se queda. Esta es la premisa que sostiene la asociación. Al tocar fondo sólo queda subir, pero… ¿Cuándo se toca fondo realmente? Las personas que caen en la calle tienen que afrontar, además de las condiciones de esta, uno de los mayores miedos de la sociedad española: reconocer su situación, pedir ayuda con nombres y apellidos.

En este momento es cuando salta el recuerdo del testimonio de Salma, la chica que, al llegar a España, no esperaba las actitudes que caracterizaban a la población de su nuevo país de residencia. A ella le es imposible invisibilizar a personas vulnerables, pasar de largo. Aunque no pueda darles dinero ni comida, qué menos que una conversación agradable.

— Mi llegada a la asociación fue un boom porque no me esperaba que hubiese tanta gente en la calle en un sitio más desarrollado que mi país. En Marruecos los valores son muy diferentes. La gente se ayuda más porque no les importa compartir su realidad. En Málaga veo a un perfil de persona pobre menospreciada. Esto crea actitudes en ellos mismos que imposibilitan poder reconocer su situación incluso ante su círculo social y sus personas más cercanas.

Salma sostuvo durante el reparto que muchas de esas personas que esperaban la furgoneta tienen familia y allegados que ni siquiera saben dónde duermen. Y lo pudo confirmar. La historia de un productor de cine que solicitaba esta ayuda, que prefiere mantenerse en el anonimato, impactó en el voluntariado. Había estado muy altamente posicionado, y por ciertas decisiones que lo llevaron a la ruina, se vio en situación de calle.

A lo que Salma se refiere es que esto en Marruecos no es concebible. Con un fuerte arraigo social y una familia bien posicionada prefiere que nadie se entere de su situación. La comunidad y la vecindad se ayudan mutuamente, y en España están fallando. Por esto, cuando la estudiante entró a Málaga se sensibilizó mucho más con el tema, le resultaba demasiado chocante la cantidad de gente que había en la calle en un país como este.

La historia que sigue retumbando en la cabeza de Paco se presenta como otro de los ejemplos, el de uno de los camareros de un reconocido bar malagueño: en la calle, sin fuerzas, con un sueldo, pero sin apoyos sociales. Duerme en uno de los parques que se cierran al caer la noche, concibe como una locura estar en la calle y que alguno de sus clientes pueda verlo.

Pero hay más trabas, la premisa que defiende la asociación se hace cada vez más real. La calle engancha y no existen los engranajes perfectos para salir una vez dentro. Si ni siquiera se cumple el primer requisito, el del arraigo social, las complicaciones de la recuperación aumentan, la ralentizan o directamente la detienen. La tumban, en la mayoría de los casos.

— Muchos se abandonan, beben o crean drogodependencias para afrontar la nueva vida. Si no sales rápido te deterioras en muy poco tiempo. Tendrían que conjugarse muchísimos factores para que una persona sin trabajo ni ayudas y en la calle se pueda recuperar — Las palabras de Elena Jiménez, la presidenta de una asociación que conoce estas dificultades, se suman a las de Paco, Salma o María.

Según el Instituto Nacional de Estadística, España cuenta ya con 40.000 personas sin hogar. La indigencia se ha incrementado a niveles desorbitados, ni las propias asociaciones ya dan abasto. Desde la organización Oxfam Intermón se demuestra que la pobreza podría aumentar en más de 1,1 millones de personas por el impacto de la crisis sanitaria. Sólo queda la solidaridad humana. Una solidaridad que se presenta como la única vacuna contra la más extrema pobreza si nada cambia.

Normalmente, la gente que puede escapar de esta realidad en un corto periodo de tiempo se vuelve a integrar, siempre que se quieran dejar ayudar por su colchón social. Pero existe gente sin ningún tipo de colchón, ahí donde tampoco se encuentra al Estado, donde el del Bienestar desaparece. Existen numerosas subvenciones públicas a asociaciones como Corazones Malagueños, pero escasean los programas para la reinserción de estas personas en un país que pasa por encima de uno de los artículos de la Carta Magna que lo rige.

Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación (Artículo 47 de la Constitución Española).

 

Ismael Castaño. Redactor.

“Nuestras convicciones más arraigadas, más indubitables, son las más sospechosas. Ellas constituyen nuestro límite, nuestros confines, nuestra prisión”. José Ortega y Gasset