- La silla en la que se sienta la Gioconda da la clave para este nuevo análisis
El crítico de arte Kelly Grovier se ha fijado en un aspecto que había pasado desapercibido hasta el momento: la silla en la que se sienta Lisa de Giocondo, una mujer de 24 años del siglo XVI. Todos los dedos de la mano de la mujer señalan o tocan la silla. Podría parecer un taburete viejo cualquiera, pero es una silla popularmente conocida como pozzetto (pequeño pozo).
«El pozzetto introduce un simbolismo sutil en la narración que es tan sutil como inesperado”, opina Grovier en una entrevista de la BBC publicada el 12 de febrero. Además, explica que “de repente, las aguas que vemos serpenteando con un movimiento laberíntico detrás de Mona Lisa (ya sea que pertenezcan a un paisaje real, como el valle del río italiano Arno, como creen algunos historiadores, o completamente imaginarias, como sostienen otros) ya no están distantes y desconectados de la niñera, sino que son un recurso esencial que sustenta su existencia. Literalmente fluyen hacia ella. Al situar a Mona Lisa dentro de un ‘pequeño pozo’, Da Vinci la transforma en una dimensión siempre fluctuante del universo físico que ocupa».
El pozzetto es polivalente y sirve para vincular a la Gioconda con la fascinación del artista por las fuerzas hidrológicas que dan forma a la Tierra. El “pozo pequeño” se repite a lo largo de la historia del arte occidental y muchas de ellas relacionadas con el Antiguo Testamento. En este caso, para Grovier, hay una especial similitud entre el cuadro y un episodio bíblico del Evangelio de Juan, en el cual Jesús hace una distinción entre el agua que se puede extraer del manantial natural (un agua que, sin remedio, deja a uno sediento) y el agua viva que él puede proporcionar.
El crítico de arte continúa diciendo que al colocar Da Vinci a su modelo metafóricamente dentro del pozo, confunde la tradición y sugiere una fusión de los reinos materiales y espirituales, una difuminación del aquí y del más allá, en un plano compartido de creación eterna. En la apasionante narrativa de Da Vinci, la Mona Lisa es ella misma una milagrosa ola de «agua viva«, serenamente contenta al ser consciente de su propia e intensa infinitud.
La sonrisa de la Gioconda había sido la protagonista del cuadro durante siglos, y de la cual se habían hecho numerosas interpretaciones. Una de ellas fue la de Giorgio Vasari, quien decía que era tan agradable que la mujer era más divina que humana, pero que era algo vivo por el pulso que se podía percibir en su garganta.
Por otro lado, en el siglo XIX Alfred Dumensil señaló que “la sonrisa está llena de atracción traidora de un alma enferma que retrata locura”.
Walter Pater, sin embargo, creía que eran los párpados y la delicadeza de sus manos lo que paraliza e hipnotiza del cuadro. “El retrato vive en la delicadeza con que ha moldeado los rasgos cambiantes y teñido los párpados y las manos”, explica Pater.