Gianni Infantino junto al Emir de Qatar y el presidente de Rusia.
Imagen: Equipo de prensa e información de Rusia

El Mundial de Qatar ha sido centro de críticas y dudas desde el momento de su elección hace 12 años (diciembre de 2010). Votar a un país en el que los derechos humanos no se respetan puede considerarse el paradigma del sportswashing o blanqueo deportivo.

Este fenómeno, que se ha ido extendiendo poco a poco, tiene dos pilares fundamentales: beneficiarse de los valores del deporte y hacer cómplices del blanqueo a todos aquellos que se relacionan con él.

¿Qué es el sportswashing?
Se podría decir que el término sportswashing se dio a conocer en 2015. Antes de que iniciaran los Juegos Europeos de Bakú (Azerbaiyán), Rebecca Vincent, activista de derechos humanos, empleó este concepto en un comunicado de prensa de Sport for Rights. Al acoger este evento deportivo se trató de enmascarar la realidad del dictador azerbaiyano Ilham Aliyev y los esfuerzos de represión de este. Ella lo definió como un intento de distracción del “historial de derechos humanos del dictador” gracias al patrocinio y la celebración de eventos. 

Jules Boykoff, autor y exatleta estadounidense, compartió esa visión y precisó que el blanqueamiento era “un fenómeno por el cual los líderes estatales usan el deporte para legitimarse ante el mundo y desviar la atención de los problemas sociales, económicos, políticos y de derechos humanos del país”.

Para lograr esto se sirven de la organización de megaeventos deportivos que facilitan la transmisión de noticias positivas del Estado tanto a nivel nacional como exterior. Este supuesto no se aplica solo a países autoritarios como podría parecer, sino que también sucede en Estados democráticos.

Se podría decir que el deporte es una parte importante del sistema capitalista. Por ello los Estados han tratado, a toda costa, de hacerse con el liderazgo deportivo, ya sea albergando competiciones, produciendo grandes atletas…, en definitiva, apoyando el deporte nacional.

El principal campo de actuación del sportswashing pasa por acoger un evento deportivo o adquirir un club. Algunos de los casos más famosos serían la relación de Nasser Al-Khelaïfi y la presidencia y compra del PSG; el Real Madrid y el patrocinio de Fly Emirates; o la propia celebración de la Copa del Mundo en un país como Qatar.

Nasser Al-Khelaifi. Imagen: Christophe Pelletier

El concepto del sportswashing no es algo que haya surgido en la actualidad. El blanqueamiento lleva aplicándose décadas en numerosos sectores y el deporte no iba a ser menos. Lo peligroso de esto es que se camufla con los sentimientos que provocan los distintos eventos deportivos.

Qatar 2022 es un claro ejemplo de ello. Se puede considerar a los aficionados y federaciones “cómplices” de las injusticias del país, no obstante ¿es realmente así? El sportswashing consigue implicar a todos los participantes en el debate moral que se está encubriendo. En este caso, un seguidor que va a Qatar a ver los partidos de su país no es culpable de que la nación de Oriente Medio no respete los derechos de las mujeres, de la comunidad LGTBI o de los trabajadores migrantes. Este fenómeno carga de responsabilidad a personas que tratan de disfrutar del deporte. 

Durante los 12 años que han transcurrido desde que se seleccionó a Qatar como sede del Mundial de 2022, las violaciones de los derechos humanos en el país no han cesado. El interés del Estado por albergar la Copa del Mundo tenía más implicaciones gubernamentales que futbolísticas. Acoger este evento entraba dentro del objetivo qatarí de diversificar sus negocios y no depender únicamente del petróleo y del gas natural.

Este tipo de acontecimientos normalmente trae consigo un crecimiento en el turismo y la apertura a inversiones extranjeras en el país anfitrión. No obstante, la jugada no les ha salido del todo bien. Pese a que el sportswashing suele aplicarse para obtener resultados positivos, en este caso el balance no es del todo favorable, ya que desde 2010 el nombre de Qatar se ha relacionado con la corrupción, los sobornos y la violación de los derechos humanos.

Por ejemplo, Amnistía Internacional lleva años avisando de las pésimas condiciones de los trabajadores inmigrantes: “Han trabajado a 50 grados, vivido en barracones, no tenían seguro médico”.

Pero, el sportswashing no es lo único que hay que tener en cuenta a la hora de entender cómo pudo llevarse Qatar el Mundial de 2022. El soft power (poder blando en su traducción al español) también entra en juego. Joseph Nye Jr. lo definió como la forma en la que los países conseguían que otras naciones quisieran lo que ellas querían. Para ello se emplea la coerción, el pago de sobornos y el poder de atracción. Una de las vías para lograr esto es a través de la celebración de exitosos eventos deportivos en la nación, tales como unos Juegos Olímpicos o el Mundial masculino de fútbol.

El soft power se valía de la diplomacia pública para desarrollarse. Esta teoría se planteó  en un Estados Unidos posterior a la Guerra Fría, por lo que se trataba principalmente de no abogar ni por la guerra ni por la fuerza militar, sino por todas aquellas formas de diplomacia posibles.

Infantino saludando a Putin. Imagen: Dmitri Sadovnikov

Por tanto, en un contexto moderno y deportivo, qué mejor momento para tratar de que otras naciones vean a tu país como tú quieres, aunque esa visión sea fabricada, que un evento deportivo de carácter mundial. Boykoff decía que el sportswashing “tiene implicaciones materiales en el desarrollo del capitalismo e incluso puede ayudar a generar el inicio o agravación de guerras”. En palabras de George Orwell: “El deporte es como la guerra menos por los tiros”.

La diplomacia, o mejor dicho la diplomacia deportiva (sport-diplomacy), es otra de las cuestiones a tener en cuenta. El objetivo de Qatar al acoger el mundial era mostrarse como un país innovador, de alta tecnología, moderno, amigable y, sobre todo, desvinculado de sus vecinos del Golfo Pérsico relacionados con la guerra y el terrorismo.

Pero ninguna de estas prácticas ha evitado que se hablara de las deficiencias climáticas, de infraestructuras y de la falta de derechos en Qatar, aunque sí que es cierto que con el inicio de la competición el foco dejó de ser los problemas del país para ser el propio campeonato. Aun así, obligar a ser cómplices a todos los que participan en el deporte, en este caso en el fútbol, no es el único mal del blanqueamiento deportivo. Generalmente esta práctica suele venir acompañada de actividades corruptas.

Qatar 2022: el cártel de la FIFA

Tras la celebración del Mundial de Sudáfrica (y ya con la sede de 2014 seleccionada) se votó quién albergaría la edición de 2018. Por primera vez en la historia se decidió que no solo se iba a elegir la candidatura del 2018, sino también la del 2022.

Esta deliberación respondía a intereses económicos: con dos sedes elegidas, la venta de los derechos de retransmisión era más interesante y, por tanto, se podían obtener mayores beneficios. Sin embargo, el hecho de seleccionar dos candidaturas a la vez daba pie a la corrupción.

En ese momento Sepp Blatter estaba al mando de la FIFA y del Comité Ejecutivo, que era el órgano encargado de seleccionar al anfitrión de la Copa del Mundo, entre otras cuestiones. Ese comité lo integraban un total de 24 personas en representación de todas las federaciones de fútbol del mundo.

La formación contaba con un presidente; un secretario general; un vicepresidente y dos miembros en representación de la Confederación Sudamericana de Fútbol (CONMEBOL); un vicepresidente y tres miembros de la Confederación Asiática de Fútbol (AFC); dos vicepresidentes y cinco miembros de la Unión de Asociaciones Europeas de Fútbol (UEFA); un vicepresidente y tres miembros de la Confederación Africana de Fútbol (CAF), un vicepresidente y dos miembros de la Confederación de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe de Fútbol (CONCACAF); y un vicepresidente de la Confederación de Fútbol de Oceanía (OFC).

Banderas de las confederaciones que integran la FIFA. Imagen: @FIFA vía Twitter

Las sospechas sobre los posibles comportamientos corruptos, incluso mafiosos, de sus miembros sembraron la duda antes, durante y después de la votación. De hecho, las semanas previas a la elección, los representantes de Nigeria y Tahití (miembros del Comité) fueron suspendidos después de ser descubiertos tratando de vender sus votos.

Los candidatos para acoger la competición en 2018 eran: Bélgica y Países Bajos, España y Portugal, Reino Unido, y Rusia. Por su parte, Australia, Estados Unidos, Corea del Sur, Japón y Qatar se presentaban para albergar el Mundial de 2022.

La decisión de unificar las votaciones derivó en una negociación entre las candidaturas y los miembros del Comité en la que estuvieron implicados los famosos “sobres marrones” de la FIFA. Es decir, sobornos.

Desde hacía muchos años el tráfico de influencias, la compra de votos, los sobornos, etc., se habían convertido en algo habitual de cara a cualquier elección dentro del máximo órgano del fútbol. Todos aquellos que se presentaran a presidir la FIFA o aquellos que quisieran ser anfitriones de un Mundial sabían que debían de ganarse el favor de los “peces gordos” de la alta dirección.

Uno de ellos, Mohammed Bin Hammam, presidente de la AFC y hombre cercano a Blatter, era ampliamente conocedor de cómo se hacían las cosas en la FIFA. Él se convirtió en una pieza clave para la candidatura de Qatar. Quién mejor para convencer a los miembros del Comité de que el país de Medio Oriente debía de ser elegido sino Bin Hammam: líder de las federaciones de fútbol asiáticas, persona de influencia dentro de la FIFA y qatarí.

Bin Hammam no formó parte de la delegación qatarí desde el inicio, tardó en aceptar, pero era el único que conocía la política de la FIFA. Además sabía que la mayoría de los miembros del Comité Ejecutivo no estarían en el siguiente mandato, por lo que ya no tenía nada que perder.

El último congreso de la FIFA antes de la votación se celebró en Angola, este fue el punto clave para que Qatar consiguiera el mundial. Phaedra Almajid, miembro de la candidatura del país de Medio Oriente reveló en 2010 a Claire Newell, periodista de The Times, que Hassan Al Thawadi, máximo responsable de la candidatura, pagó 4’5 millones de dólares repartidos en partes iguales entre Issa Hayatou, Jacques Anouma y Amos Adamu, dirigentes del fútbol de Camerún, Costa de Marfil y Nigeria, respectivamente, con el objetivo de que les garantizasen sus votos.

Portada del documental FIFA Uncovered. Imagen: @netflix vía Twitter

A pesar de que rectificó en estas declaraciones, posteriormente afirmó que la habían obligado a retractarse y, este mismo año, en el documental de Netflix Los entresijos de la FIFA (FIFA Uncovered) reafirmó lo que había vivido en el hotel africano.

El problema de Qatar es que no solo compraron votos de forma directa; se valieron de su riqueza para formalizar negocios legales con otros países. Por ejemplo, llegaron a un acuerdo con Tailandia para comerciar con el gas natural qatarí; el Emir de Qatar viajó hasta Brasil, donde se reunió con Lula, presidente del Gobierno en ese momento, y con Havelange, presidente de la FIFA hasta 1998, tras esto Qatar Airways comenzó a ofrecer viajes al país latinoamericano.

Tamim bin Hamad Al Thani, Emir de Qatar; Platini, presidente de la UEFA en ese momento; y Sarkozy, expresidente de Francia, se reunieron en el Palacio del Elíseo pocos días antes de la votación de las sedes.

Unas semanas más tarde Al-Khelaïfi compró el PSG por una cantidad millonaria y la televisión qatarí adquirió los derechos de emisión de la liga francesa. También compraron varios aviones de fabricación francesa. Platini votaría a favor de Qatar días más tarde.

Como se podía esperar, la unificación de votaciones derivó en lo que la FIFA definió como “collution”, es decir, llegar a acuerdos no lícitos. Según Nick Harris, periodista de investigación, en la primavera de 2010 el vicepresidente ruso y otros funcionarios qataríes y rusos se reunieron en la capital del país árabe y “firmaron” el llamado Pacto de Doha. En él se establecieron acuerdos de colaboración entre ambas naciones para explotar el petróleo de distintas partes del mundo, así como para trabajar conjuntamente en “otros aspectos”.

Estas actividades llevadas a cabo por los miembros de la delegación qatarí no pasaron desapercibidas y, en abril de 2020, el Departamento de Justicia de EE. UU. afirmó que los miembros de la candidatura de Qatar sobornaron a miembros de la FIFA para ganar la votación.

Hay que tener en cuenta que la FIFA llevaba siendo una organización basada en la corrupción desde hacía décadas. En la actualidad más de la mitad de los miembros del entonces Comité Ejecutivo (y que votaron en las candidaturas de 2018 y 2022) han sido acusados de corrupción y algunos han sido vetados de por vida de la actividad profesional.

Qatar siempre ha defendido su inocencia y nunca ha reconocido haber pagado sobornos a ningún miembro del Comité Ejecutivo. No obstante, Bin Hammam, el cabeza de turco de la delegación qatarí, no pudo obviar las acusaciones de corrupción debido a la existencia de pruebas que apuntaban a que había entregado sobres marrones con 40 mil dólares a varios miembros de la CONCACAF antes de las elecciones presidenciales a las que se presentaba como contrincante de Blatter. Esta forma de actuar parecía ser parte de las “FIFA rules” (reglas de la FIFA).

Un mundial manchado de sangre
La celebración del Mundial en Qatar planteó un gran dilema: qué iba a pasar con la protección de los derechos humanos, no solo del colectivo LGTBI, sino de la posición en la que quedaban las mujeres y si podrían entrar o no a los estadios y las condiciones laborales de los trabajadores encargados de levantar los estadios.

“Lo diferente de esta edición es que para la construcción de todas las infraestructuras (…) se ha utilizado mano de obra migrante”, comentó Ángel Gonzalo, portavoz de Amnistía Internacional en España a Abro Comillas. Y es que si se atiende a los datos es todavía más alarmante: Qatar tiene una población local de unos 300.000 ciudadanos, mientras que el número de trabajadores que han llegado de países vecinos asciende a más del millón y medio de personas.

Estos empleados han tenido que trabajar “con temperaturas de 50 grados, viviendo en barracones, sin asistencia sanitaria, sin agua potable (…), han estado en condiciones de semi esclavitud”, apuntó Ángel Gonzalo. Las pésimas condiciones laborales se deben a la aplicación del sistema kafala, una práctica que comparten, a día de hoy, varios vecinos del Golfo Pérsico.

El sistema kafala significa que los trabajadores “pertenecen” al patrón o a la empresa que los emplea. Cuando llegan al lugar de trabajo se les requisa el pasaporte, por lo que muchas veces no pueden salir de los campamentos en los que “viven” por miedo a ser arrestados; el salario es ínfimo y se paga con retraso; las condiciones de trabajo llegan a las 18 horas diarias

Estadio de Lusail, Qatar. Imagen: Adnen

A pesar de que este sistema de trabajo cada vez está menos vigente sobre la ley, en la práctica sigue rigiendo en esta zona de Medio Oriente. Estas condiciones laborales han causado en Qatar más de 6.500 muertes, como recoge The Guardian, que es la cifra que se toma como más certera ya que se desplazaron hasta los países de procedencia de los trabajadores migrantes para hacer recuento de los ataúdes que llegaban desde Qatar.

Por su parte, el país pérsico reconoce 37 fallecimientos, el comité organizador eleva la cifra a 400… Sin embargo, el dato exacto es difícil de calcular debido a que no se sabe a ciencia cierta cuántos empleados llegaron a trabajar en las obras del Mundial.

A pesar de que ya había fallecido gente en las obras de otras ediciones de la competición, el número era exponencialmente menor al de Qatar 2022. “El Mundial está manchado de sangre, sin duda”, reafirma el portavoz de Amnistía Internacional.

La disparidad en el dato de fallecidos forma parte de la operación de lavado de cara de Qatar. Ha dilatado el momento de aportar cifras oficiales para que parezca que ahora, con la competición, “está todo bien (…) cuando las condiciones de los trabajadores son de semi esclavitud”.

Esto se debe a que “la cara B del Mundial no le es atractiva a las autoridades”, apunta Ángel Gonzalo. A Qatar lo que le interesa es mostrar sus hoteles, sus playas y aparentar una imagen de cierta libertad y bienestar, es decir, el sportswashing en estado puro.

La FIFA, una experta del sportswashing
A pesar del seguimiento mediático que ha tenido este Mundial debido a las violaciones de derechos y al intento en vano de encubrimiento del Gobierno qatarí, esta no ha sido la única edición marcada por la violación de derechos.

La edición de 2018 tampoco se libró de los escándalos. Human Rights Watch afirmó que los trabajadores encargados de levantar los estadios de fútbol sufrían abusos laborales y explotación: retraso en los pagos, temperaturas de -25 grados, falta de contratos…

Hasta 17 trabajadores habrían muerto donde se levantaron los estadios, según apuntó el Sindicato Internacional de Trabajadores de la Construcción y la Madera. Además, un miembro de la organización Human Rights Watch fue detenido cuando trataba de hablar con los trabajadores contratados, aunque tras varias horas lo liberaron.

En esta ocasión, los derechos de la comunidad LGTBI también se limitaron. En 2013 se aprobó una normativa que prohibía la “propaganda homosexual” entre los menores, por lo que la muestra de símbolos o banderas durante el Mundial de Rusia no se permitió. Este mismo año esa ley se ha endurecido y ahora se aplica a toda la población, de tal forma que ningún colectivo social puede mostrar consignas LGTBI y se ha criminalizado a todo el colectivo homosexual.

Rusia 2018 fue un claro ejemplo de lo que implica que funcione el sportswashing, ya que, de nuevo, a pesar de ser un país que no contaba con las características climáticas, de infraestructuras ni de derechos humanos, logró camuflar todas esas deficiencias al acoger un evento de la magnitud de un mundial de fútbol masculino.

No obstante, no es el único ejemplo. La segunda edición de esta competición (Italia 1934) se celebró bajo la dirección de Mussolini, dictador fascista y aliado de Hitler.

En 1978 el Mundial se trasladó a Argentina. Tan solo dos años antes, Jorge Rafael Videla había dado un Golpe de Estado militar que “eliminó” a sus disidentes de forma cruenta. A pesar de que la sede se había elegido antes del asalto al poder, la FIFA, con Havelange a la cabeza, no solo decidió seguir adelante, sino que trató de blanquear esta situación.

Stepp Blatter y Joao Havelange. Imagen: ANEFO

«Por fin, el mundo puede ver la verdadera imagen de Argentina», dijo Havelange. Con esta afirmación se ejemplifica el sportswashing, ya que se trató de transmitir que el país estaba bien. No obstante, a menos de 1.300 metros de El Monumental, estadio de River Plate y lugar donde se celebró la final del Mundial, se encontraba la Escuela Mecánica de la Armada; este era el lugar donde, clandestinamente, se torturaba a los opositores del régimen.

Han sido muchos los ejemplos de blanqueamiento deportivo que la FIFA lleva a sus espaldas y, sin embargo, no hay indicios de que vayan a frenar. Sin ir más lejos, una de las posibles candidaturas que se plantea para el año 2030 es la conformada por Arabia Saudí, Egipto y Grecia.

En el país del Golfo Pérsico, al igual que en Qatar, también se aplica el sistema kafala. En esta nación el feminismo, la homosexualidad y el ateísmo están clasificados como “ideas extremistas”. Y, a pesar del intento de reforma del país, las desigualdades permanecen: aunque se reformase el sistema de tutela masculina, así como otras leyes, las activistas que lucharon por conseguir estos avances siguen en prisión.

 

Marina García. Jefa de redes sociales e imagen corporativa y redactora.

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