Marina García
¿En qué momento se empezaron a criminalizar los cuerpos diferentes?
La sociedad nos ha enseñado que debemos perseguir la “perfección”, que básicamente se resume en personas esbeltas, piernas largas, pieles de cerámica y ojos azules. Nos inculcan la idea de que más allá de la talla 38, tienes que ponerte a dieta, ir al gimnasio, martirizarte y criminalizar tu cuerpo.
El marketing se ha encargado de machacar la idea de que la belleza únicamente reside en las modelos 90-60-90 y en los hombres musculosos y altos. Y es que, es precisamente ahí donde entra en juego un actor fundamental: el capitalismo.
Desde que somos pequeños nos venden la imagen de cantantes delgados, muñecos esqueléticos, modelos en los huesos… y nos hacen creer que eso es lo realmente válido, la representación de la belleza y a lo que hay que aspirar desesperadamente.
Solo hay que pararse a analizar vagamente cómo son los juguetes de nuestra infancia: Barbies, Monster Highs, luchadores, superhéroes… Creces pensando que tu físico tiene que ser así, porque eso es lo que quiere la sociedad, y lo que se salga de esos márgenes es desagradable y, por qué no, insano.
Nos apedrean con anuncios de gimnasios, con nuevas disciplinas quemagrasas que son casi “mágicas”, con dietas milagro que en cuestión de dos semanas te hacen perder un puñado de kilos, pero, que al final, lo único que acaban provocando son malos hábitos alimenticios y un efecto rebote. Nos venden incluso pastillas e intervenciones quirúrgicas. Todo para qué, ¿para ser clones?
Lo peor es que los discursos los venden bajo el amparo de un mismo mantra: es por tu salud. Y nosotros lo compramos.
Sin conocer de nada a las personas a las que se dirigen, las empresas se creen con el derecho de convertirse en nutricionistas y endocrinos, de aconsejar a cualquier persona.
Nuestras generaciones se ven continuamente bombardeadas con estos mensajes dañinos que han provocado que seamos de las promociones con más casos diagnosticados de trastornos alimenticios, aproximadamente 300.000 mil jóvenes de entre 12 y 24 años. Las mujeres ocupan el porcentaje más alto, llegando a sumar el 90 % de los casos. Aunque, según disminuye la edad mayor va siendo el número de diagnósticos entre la población masculina.
Frases como: qué guapa estás, ¿has adelgazado?; mírala qué mona, aunque si estuviera más delgada…; no comas tanto que no le vas a gustar a ningún chico; mete un poco la tripa para la foto que sales más mona… Todo ello realzado con series y películas que ponen como protagonista a “los más guapos”, “los más ejercitados” y “los más perfectos del mundo”. Siempre dejando a la chica o chico gordos como “amigos del prota”.
Lo más gracioso de este entramado es que la misma sociedad que determina qué cuerpos sí gustan y cuáles no son los que posteriormente compran la imagen de personajes de videojuegos con curvas imposibles y físicos no normativos, los cuales hipersexualizan y consideran como bellos. Sin embargo, luego esos mismos rasgos vistos en un cuerpo de verdad son tomados como objeto de burla y centro de vejaciones. Qué ironía, ¿no?
Pues bien, de eso se trata, “donde dije digo, digo Diego”. Pero esto no se queda ahí. Con el paso del tiempo, la sociedad, como todo en esta vida, ha ido avanzando. La población ha reclamado una mayor inclusión para la gente que no entra en los estándares socialmente aceptados.
El capitalismo y el consumismo vuelven a entrar en el juego: las factorías se han hecho eco de estas reclamaciones y, muy lejos de quedarse al margen, han conseguido sacar partido de ello.
Las líneas plus-size o curvy se han convertido en bandera de todas las tiendas de fast clothes. Bajo el lema de inclusión y diversidad, las empresas han creado colecciones de ropa para gordos inflando los precios y limpiando su imagen.
Lo más triste no es eso. Lo verdaderamente preocupante es que marcas como Victoria ‘s Secret, entre otras, tengan la poca vergüenza de sacar modelos como Barbara Palvin en su desfile de ángeles y mostrarla como plus-size. Literalmente lanzaron el mensaje al mundo de que una persona que mide 1,75 m y pesa apenas 55 kg consideraba que no tenía un cuerpo normativo. ¿Ese es el mensaje que le queremos transmitir como sociedad a los niños y niñas? ¿En serio?
Aunque bueno, poco les ha durado el discurso a varias de esas textiles. Algunas incluso han decidido retirar de sus tiendas físicas la sección de tallas grandes. La han relegado a una pestaña en su página web. No sé qué es peor, si hacer eso o vender una campaña entera anunciando que amplias tu rango de tallas y luego no tener esas prendas que se habían incluido.
Parándose a pensarlo, ¿qué tiene de inclusivo que una marca tenga que hacer una colección distinta a la línea principal solo para gente con cuerpos no normativos? Pues esto tiene una fácil respuesta: si las empresas únicamente confeccionaran más tallas de las prendas que ya producen para gente “normal”, no podrían vender una campaña protagonizada únicamente por mujeres y hombres gordos. No podrían exclamar que son inclusivos. Perderían su oportunidad de vender la imagen que reclama el público. Y, por qué no decirlo también, desperdiciarían la posibilidad de vender una camiseta básica por 10 euros más.
Lo que nos deberíamos preguntar como sociedad es: ¿por qué nos parece mal cómo luce una persona ajena a nosotros? ¿Por qué queremos que todo el mundo siga unos cánones férreos? ¿Por qué queremos ser autómatas? Y, sobre todo, ¿en qué momento empezamos a tener la necesidad de juzgar a todo organismo viviente?